El café de Costa Rica fue, casi desde el nacimiento del país como nación independiente, la base de su economía y su principal motor de desarrollo. El cultivo del café a partir de mediados del siglo xixtuvo consecuencias sociales y culturales diferenciadas que funcionaron como parte de la construcción de la identidad nacional. La caficultura se ha prestado para la elaboración de símbolos, emblemas y estereotipos. En la actualidad, la temática del café es uno de los motivos más representados en las artes, las artesanías, el folclor y la cultura popular. Su presencia se halla presente en muchos de los símbolos que pretenden expresar identidad nacional: la carreta pintada, la casa de adobe, el paisaje rural del Valle Central, etc.
Para la época de la independencia, en 1821, Costa Rica ciertamente era la provincia más pobre y atrasada del Imperio Colonial Español. No obstante esto, para mediados de 1830 el país comenzó a mostrar signos de progreso y recuperación económica, debido principalmente a las ganancias que se obtenían de la economía del café, que se exportaba a Inglaterra. El café se convirtió en un agente civilizador, en el "grano de oro", dado que la prosperidad obtenida de su comercio se transformó en progreso económico y avances sociales, que luego fortalecieron el proceso de idealización y construcción de identidades. Se formó una clase de medianos y pequeños productores campesinos que ocuparon grandes territorios del Valle Central, aptos para el cultivo del café. Con el tiempo, se formó una élite social y política dominante enriquecida gracias a su cultivo. Esta oligarquía determinó los destinos políticos del país por muchos años, y en muchas ocasiones, de forma caprichosa y no siempre acertada.
El Caribe costarricense, con su zona bananera y su dramática historia acaecida entre 1872 y 1985, con sus realidades y leyendas, ha tenido una contribución determinante en la mitología popular costarricense, y ha contribuido como tal a modelar una identidad cultural matizada con los sentimientos sociales solidarios consensuados, así como la percepción de la "hombría aventurera" del tico.
En oposición al Valle Central, el Caribe se presenta como una tierra exótica donde el dominio de la naturaleza y la injusticia social de la época exige la supervivencia del más fuerte. Con una visión más bien romántica, la "zona" se convirtió en una metáfora, un primer destino para el "sueño americano" de los costarricenses, un limbo sin Dios ni ley, una “tierra de hombres” (se ha calculado que, durante la época del auge bananero, había unos 1.000 hombres por cada 10 mujeres), una suerte de "Siberia misteriosa", donde había trabajo bien remunerado para cualquier hombre intrépido, o bien, prófugo de la justicia, cansado de una esposa inaguantable, con ganas de hacer dinero rápido, cambiar de vida o demostrar que era "muy macho", o simplemente la última alternativa para un necesitado de trabajo con el fin de mantener a sus hijos estudiando en el Valle Central.
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